Una Navidad en el
hospital
Todos en casa esperábamos ansiosa la noche buena, después
de unos minutos habíamos recibido al Niño Jesús y habíamos pedido muchas
bendiciones para nuestro hogar.
Nos habíamos dirigido a la mesa para cenar y en eso sonó
el teléfono, mamá contestó la llamada, cuando de repente se quedó callada y
soltó un llanto. Papá, mis hermanos y yo la miramos apavoridos y antes de
preguntarle, mamá se adelantó y dijo: ¡no puede ser, si ayer ella estaba bien!
Mi abuelita, había fallecido de paro cardíaco y es que
esta enfermedad que no te avisa, ni presenta algún síntoma, ella un día antes había
estado en casa riéndose, platicando, hasta bailando, había sido su cumpleaños.
Después de la dura noticia, la comida había quedado
intacta, nos fuimos al hospital. Cuando llegamos, mamá se desmayó, el dolor la
embargaba totalmente. El Dr. nos invitó a pasar a la habitación donde se
encontraba mi abuelita, yo la vi, estaba completamente fría y pálida, besé su
frente. Luego la llevaron al velatorio, allí estaba reunida toda mi familia.
Después decidí dar una vuelta por el hospital, pues quería olvidarme por un momento de lo que
estaba pasando y mientras caminaba escuché entre los pasillos el grito de un
bebé, al acercarme vi cuando la mamá lo sostenía sobre sus brazos
acariciándolo, era un ambiente donde se respiraba felicidad.
Cuando di un alto y entré a la cafetería me puse a
meditar, y me di cuenta que en esa noche viví en carne propia dos hechos que
vienen a ser antónimos: vida y muerte. Y además donde una persona sabe cuando
nace, pero no cuando muere.
Abuelita
te fuiste un 06 de octubre del 2006, pero para mi siempre estarás en mi
corazón.
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